Si tu vas a
una tienda de ropa y miras la etiqueta del precio de una prenda de vestir que te gusta y ves
que es muy cara, la sueltas y te vas. Si
el dependiente se te acerca y te dice que tienes que pagarla y llevártela
porque miraste la etiqueta, tú le dices que no, ¿verdad? Eso mismo pasa con la tentación y el
pecado. La tentación es mirar la
etiqueta y pecar es comprar la prenda cara.
No permitas que el diablo te engañe y haga como el dependiente injusto y
te obligue a pecar. Tú no tienes que
pecar por el mero hecho de que hayas pensado hacerlo. Si has sido tentado hasta el punto de que
entretuviste la tentación más de lo que debiste haberlo hecho, pero no te
entregaste a ella, y aun así el enemigo te quiere hacer sentir como que ya le
fallaste a Dios y no hay esperanza para ti, párate firme, sométete a Dios y
resiste ese sentimiento de culpabilidad
que ha sido diseñado para que te rindas, y dile a Dios que no quieres pecar,
que te perdone si en algo te pasaste de la raya y que te fortalezca para seguir
adelante y Dios te ayudará. Acuérdate
que el enemigo de tu alma es mentiroso por naturaleza y hará todo lo posible
por destruirte aunque para ello recurra a la mentira.
Algunos de nosotros somos tan cabeciduros que sabiendo que la prenda de vestir es demasiado cara para nuestro presupuesto, nos metemos en el probador con ella y entonces quedamos enganchados y le damos un tarjetazo, para luego sufrir las consecuencias cuando llegue la factura.
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