A veces
jugamos con el pecado acercándonos a él para sentir la emoción que se siente
cuando se está a punto de pecar. Ese
juego es muy peligroso, porque al principio, emociona, pero llega el momento en
que el propio juego se convierte en un pecado con su propia clase y
clasificación. Por ejemplo, el coqueteo
con un amor prohibido no es bueno porque te puede llevar a pecar consumando la
relación amorosa, pero si persistes en coquetear, aunque no consumes la
relación con la otra persona, el constante coqueteo se puede convertir en un
pecado que contamine tu conciencia y afecte tu relación con Dios.
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