Si tu hijo se levanta a beber agua a las 4:00 a.m. y te ve en la sala buscando el rostro de Dios o leyendo su Palabra, le habrás dado una lección mucho más profunda, y permanente, que 25 advertencias, 30 regaños y 40 sermones. Y si cuando te ve lo llamas y le das un beso y le dices “te amo hijo”, sin decirle que estabas leyendo la Biblia (porque él ya te ha visto y lo sabe), lo marcarás para bien para el resto de su vida. Tu ejemplo enseñará más que diez mil palabras.
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