Las pruebas
que dan frutos de recompensa por la obediencia y consuelo por la resignación
son aquéllas que se sufren dócilmente, creyendo y obedeciendo sus mandamientos mientras
se pasan por ellas. Pruebas similares
que se pasan a regañadientes, quejándose uno por la difícil situación y reprochándole
a Dios que haya permitido nuestro angustioso predicamento, son oportunidades
perdidas para demostrarle a Dios que le creemos y queremos servirle; tales
pruebas, las que se atraviesan con una actitud cuestionable, no suelen tener mayor
recompensa que estar vivos una vez las hemos pasado. Mientras más profunda sea tu prueba, mayor
puede ser la recompensa que recibas, si la sufres con la actitud correcta. Pidámosle a Dios que nos enseñe a tener la
actitud correcta para atravesar las pruebas que nos da. El problema, sin embargo, consiste en que
precisamente Dios nos pasa por algunas pruebas, para ver (lo cual debe entenderse:
para que nosotros veamos) cual será nuestra actitud al atravesar la prueba.
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